El día comenzó con un barreño caído en el
cuarto de baño que les llevó más de una hora limpiar a las inteligentes y
malabaristas de Mónica y Carlota. El procedimiento de recogida fue complejo,
pero el caso es que entre risas, comentarios de lo ocurrido y gente intentado
dormir en las esquinas pocas personas en la casa pudieron dormir.
Unas horas después (Si a alguien le pareció
temprano lo del otro día, esta vez: ¡a las 4!) toda la familia estaba despierta
para empezar nuestro gran y largo viaje, acompañados de los soletes Betty y
Penniel con los que pudimos disfrutar primero de la hiperactividad de Carlota
(que le duró 7 kilómetros) , luego de un sueñito (175 km de los de aquí, hasta
Barahona) y después de un desayuno de los buenos con vistas al mar y batidos de
chocolate, todo ello intercalado con los momentos de Furor y de canto que tanto
caracterizan nuestros viajes allá donde vamos en la República Dominicana.
Finalmente tras seis horas de viaje (300 km… menuda media) en las que pudimos
ver el paraíso y las aguas más cristalinas de nuestra vida, llegamos a Bahía de
las Águilas: ESPECTACULAR!
Con kilos de crema para no convertirnos en
pequeños Sebastianes (y/o torreznitos) y un precioso paseo en lancha (a todas
las madres: con salvavidas) pudimos llegar a nuestra pequeña, kilométrica playa privada. La arena de origen
coralino, tremendamente fina y blanca y los diversos tonos desde la orilla casi
trasparente hasta el azul oscuro en el horizonte pasando por verdes y turquesas
… auuuuuuu!! Una vez desembarcados nos
dispusimos a estar allí perdiendo la noción del tiempo. Habitualmente la noción
del tiempo se pierde una vez y punto, pero esa playa era para perderla cada
ratito. Con millones de aguadillas y jugando largo rato a lanzarnos una botella
(como dice el castizo
refrán: a falta de balón, buenas son
botellas)se paso la mañana. Bueno debió de ser la mañana porque como ya he
dicholanocion del tiempo se había perdido. Después una comida un tanto pasada
por arena en una minisombra de 1 metro cuadrado los 11 cooperantes cual
castellet donde ninguno se consiguió quemar, lo que fue un logro. Para terminar
una siestaca descerebradora y un paseo playa arriba playa abajo, con el único
ruido del viento, los pelicanos, las pardelas y otros pájaro (los kiwi…)
Cuando llegó la lancha para recogernos de
nuevo ninguno se quería ir de ese pequeño trozo de cielo, pero un apasionante
viaje de vuelta nos esperaba, con unos cuantos baches y canciones de las
antiguas que a todos nos tocan el corazón, donde todo Aniceta cayó dormido
excepto el chófer seguro y su compañera de viaje Beatroz. (Beatroz en sanscrito
significa: mujer que no guarda silencio)
Al llegar a casa (6 horas después) medio zombies
tuvimos que hacer nuestras tareas de la casa, preparar toooodo lo referido al
trabajo del día siguiente en los campas y pegarnos la ducha del siglo, además
de disfrutar de una deliciosa cena que le puso la guinda al día. Entre
cabezazos a la pared por parte de todos y litros enteros de “Manitas Limpias”
conseguimos irnos a la cama con un gran wayabaso pa’ tos, a la espera de un
nuevo día de campamento movidito pero sensacional.
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