Después de la misa hemos vuelto a casa, en plan, con la idea de ir a la playa, pero el plan ha fracasado, bueno, en realidad ha sido sustituido por una visita a Santo Domingo. Una vez allí hemos visitado el seminario (oh si, oh si, 666 estaba en su salsa), donde nos han dado a probar el plátano frito y junto con los seminaristas que allí estaban nos hemos dirigido al parque botánico de Santo Domingo.
Hemos montado en el tren chu-chu, y con las explicaciones del peculiar guía hemos recorrido, en plan, la flora endémica (palmas, palma real, palma de la isla, palma dominicana, palma de cola de pescao, la palma triple, la coreana, la palma palma, la palma-palma-palma-palma y otras palmas de otra índole palmar) y similares. Hemos dado un pequeño paseo por un jardín japonés donde hemos descubierto a nuestro Mártïn lover, alias el de las piedras calientes (oh si, oh si).
De las seis raciones para 20 el fondo sur de la mesa se ha comido siete. De postre, flan de coco. Una vez recargadas las pilas y llenos los estómagos hemos dirigido nuestra “fragoneta”, a partir de ahora Aniceta, a la catedral de SD, pero sin saber muy bien como hemos aparecido en medio del desfile del orgullo gay, atrapados entre dos alegres y coloridos camiones y sus conductor@s. Finalmente, hemos conseguido salir del multicolor atasco (para disgusto de nuestra hembra) y hemos llegado a lo que es la primera catedral que se construyó en este continente. Después de visitarla, donde había una solemne misa en la cual se encontraba el vice-presidente de la república, indudablemente un país de contrastes (bastante bonita, la verdad) hemos dado una vuelta por la “capi” que tiene su puntito de atractivo. Hemos desembocado en una plaza donde se exhibían un montón de coches, en plan, de época. La casi-deshidratación nos ha obligado a parar a beber un poco de agua y coca-cólera (es broma, que no panda el cúnico).
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